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Monólogo de Emilia

Autor: Ivonne D' Alvarez

Un pañuelo blanco, era sólo un pañuelo blanco

 

¿Qué si yo sería infiel?, no por sortijas, ni trajes, ni ropa, ni sombreros, o cualquier adorno insignificante, pero ¿Qué si  lo haría por el mundo?, sé que es mucho decir, aunque sería un gran premio por una pequeña mala acción.

¡Si!, lo haría y luego lo desharía, ¿Quién no le pondría los cuernos a su marido para hacerlo rey? Yo me arriesgaría a merecer el purgatorio por eso.

Hay docenas y docenas de mujeres infieles, tantas que se podría poblar un mundo. Pero creo que es culpa de los maridos cuando  las mujeres pecan, tal vez porque no cumplen con sus obligaciones y despilfarran nuestro amor en regazos de  otras desconocidas, quizá  les entren los malditos celos, orillándonos a un estado de locura por sus reclamos, nos imponen sus amarres, nos pegan o reducen  nuestra vida por despecho.

Que puedo decir, nosotras también tenemos nuestro coraje, y aunque seamos bondadosas, también sabemos vengarnos.

Que sepan los maridos que nosotras las mujeres tenemos todos los sentidos como ellos: vemos y olemos y sabemos distinguir lo dulce y lo amargo, exactamente igual que ellos. ¿Qué es lo que piensan o hacen  cuando nos cambian por otras? ¿Es un juego? Creo que lo es, y eso ¿Lo produce la pasión? Creo que sí.

¿Acaso no tenemos nosotras pasiones, deseos de jugar y fragilidad como los hombres? Así que es su deber tratarnos bien: si no, solo sepan, que son sus males lo que nosotros aprendemos.

 

Esta es la historia más triste que he presenciado, un dulce y delicado ángel blanco enredado entre las manos negras del demonio.

Él, Otelo,  quién estaba en frente de todo el ejército, el más querido y noble moro de Venecia, aquel que  en Aleppo tomó por el cuello a un maldito turco que le pagaba a un veneciano he insultaba la república, lo agarró por el cuello hiriéndolo de muerte.

Ella, Desdémona, la más bella y sutil criatura que he conocido, hija del senador Brabantio, que se escapó a espaldas de su padre para casarse con Otelo, y así fue como ella le dio la  primer gran prueba de su verdadero amor.

Esa misma noche en que se casaron la mandaron llamar ante el Magistrado Supremo de las antiguas repúblicas de Venecia.

Ya ahí se encontró con su padre y su esposo, mostrando total preferencia hacia su esposo.

Dicen que enfrentó a su padre anteponiendo al moro frente al Dogo y todos los que estaban ahí presentes, hiriendo profundamente el corazón de aquel senador.

El Dogo habló de los asuntos primordiales de su estado, y mandó a Chipre a su mejor estratega con su ejército, Desdémona, que no podía con el dolor por separarse de  su recién esposo, pidió que la dejaran acompañarlos, pero Otelo no lo permitió.

Al acabar con los turcos en Chipre, Otelo mandó a llamar a su esposa Desdémona y  a mi, para que fuera yo quien la sirviera y cuidara.

Lo que ellos tenían era el más grande y maravilloso amor, se trataban con tal cortesía y amabilidad que a cualquiera le daría envidia.

Él parecía el hombre más enamorado y feliz del mundo, en ese entonces ella era su  reina, su porqué en la vida.

 

Un día como tantos Cassio,  que era su teniente, salió a tomar unas copas y esa noche terminó en medio de una terrible pelea, en donde desgraciadamente hirió a uno de los suyos, Otelo, su gran amigo, lo destituyó de su cargo para poder de esa manera poner el ejemplo entre sus hombres.

Al día siguiente con la pena entre las manos y el corazón, Cassio, fue a pedirle  a mi señora que lo ayudara a recuperar su puesto y la amistad de Otelo.

Mi señora con aquella bondad que siempre tenía le prometió a Cassio que lo arreglaría con su esposo, ya que Cassio era el mejor amigo,

Y como no serlo si fue una pieza importante en el amor de ellos.

A lo lejos vi que venía Otelo con mi esposo cuando Cassio se marchó, y ella entre la plática le pidió que perdonara a Cassio, él le prometió que iba a pensarlo, ella insistió recordándole  aquellos tiempos en que  les había ayudado tanto antes de su boda.

Pronto comencé a notar un gran cambio en el moro, comenzaba a tratarla mal por nada, ella tan limpia y pura estaba totalmente desconcertada, y gracias a esos tratos le arrebató por completo su tranquilidad, yo sabía que a los hombres no se les conoce del todo bien hasta algunos años de casados, lo diré yo, que nunca conocí realmente a mi marido.

 

Cada vez se volvía más y más agresivo con ella, no alcanzaba a entender como había surgido un cambio tan repentino en su forma de ser.

Ella decía que lo atareaban las cosas del estado, defendiéndolo en todo momento, yo siempre creí que eran los celos.

En una ocasión ella trataba de calmar su dolor y secaba con su pañuelo el rostro sudado del moro, primer regalo que él le había dado.

El lleno de ira y enojo lo aventó al suelo, cuando me di cuenta del pañuelo tirado me acerqué a recogerlo y recordé que mi marido en  varias ocasiones me había pedido que robara ese pañuelo, nunca entendí porque lo quería y nunca se lo pregunté, pero a veces una puede hacer las cosas más absurdas he inverosímiles por amor.

Así que sin hacer preguntas se lo di a mi esposo, tan caballero y buen amigo de todos, al mirar el pañuelo sus ojos brillaron con una felicidad que pocas veces había notado.

Después me sentí terrible porque ella buscaba ese pañuelo sin cesar, dijo que había sido de la madre de él y que si no fuera porque  no era celoso podría tomarlo a mal.

Recuerdo que una ocasión  vino de Venecia el señor Lodovico, primo de la señora, para traerle una carta al moro, la carta decía que debía regresar a Venecia inmediatamente y que dejara a Cassio a cargo de Chipre, ella me dijo que seguro estaba tan aturdido por las noticias que le habían llegado que tuvo un momento crítico y la golpeo,

ay de mi señora,

que el fuego del infierno queme esas manos negras del demonio.

El  comenzó a insultarla, y eran cada vez más fuertes sus palabras, ¿Por qué había de llamarla puta? No había quien le hiciera compañía, mas que yo, ¿Dónde, cuándo, cómo?

Yo sabía que había sido un maldito villano, algún bribón diligente e insinuante, algún granuja engañador  y mentiroso y seguramente solo  para obtener algún cargo.

¿Pero como era posible que el moro fuera tan ciego y se dejara engañar de tal manera?

Ojalá que el diablo le roa los huesos.

Esa noche el moro le pidió  que se fuera a dormir y me despidiera, ella me pidió que pusiera sus sabanas de la noche nupcial.

Antes de irme le di un baño, se puso a cantar  una canción que recordó de una de doncella que tenía se madre, Bárbara se llamaba, se enamoró y el que ella amaba era un loco que la dejó, era la canción del sauce, una cosa antigua, pero expresaba su destino y aquella doncella murió cantándola.

Me dijo que si ella moría la envolviera en sus sábanas nupciales.

Esa noche llegó Cassio herido y Rodrigo muerto, mi esposo me mandó a avisarle al moro, cuando llegué le dije que habían ocurrido unos crímenes horribles, que Cassio había matado a un joven valenciano llamado Rodrigo, me preguntó si Cassio había muerto a lo que respondí que no, que solo estaba herido,

él dijo “Entonces el crimen esta desentonado, y la dulce venganza se ha vuelto áspera”

Fue cuando escuché un horrible grito, “injustamente asesinada”

¿Qué fue ese grito?

Ay, era la voz de mi señora,

Yo pedía ayuda desesperadamente y me acerqué hacia donde ella estaba, le suplicaba “Hábleme señora, por lo que más quiera, hábleme”

“muero con muerte inocente” suspiró

¿Quién ha hecho tan infame crimen mi señora?

Sus labios solo alcanzaron a decir “Nadie, yo misma, solo da recuerdos de mí a mi bondadoso esposo, adiós.

El moro volteó y me dijo

“ya la oíste decir que no fui yo”

siguió

“Es una gran mentirosa, se ha ido al infierno ardiente, PORQUE FUI YO QUIEN LA MATO”

Gritó

“Se perdió y se hizo una prostituta”

 

Que engañado estaba el moro, si ella era celestialmente fiel.

“Ah, tanto más blanco ángel ella y usted más negro demonio”

 

“Me estuvo engañando con Cassio, si no me crees, pregúntale a tu marido”

 

¿Mi marido, mi marido, es él quien ha tramado todo esto?

“Eso es una gran mentira, mi marido no es capaz de hacer esto, usted está mintiendo”

Llegó mi esposo y le pregunté desesperada,

“¿Di que es una infamia lo que el señor acaba de decir, que tú fuiste el culpable de tan grande patraña y mentira?”

Mi esposo sólo me dijo que me fuera a casa, yo no pensaba irme hasta que me escucharan todos y supieran del horrible crimen que había cometido el moro.

 

Pero fue entonces que escuché cuando el moro dijo,

“no es una mentira, yo vi como traía el pañuelo Cassio”

 

Se me heló la sangre, sentí como corría fría por mis venas

“Se debe hacer justicia, ¡No voy a callar! Que los cielos y los hombres y los demonios griten lo que quieran contra mi, pero voy a  hablar.”

“Ay tú, estúpido Moro, ese pañuelo del que hablas me lo encontré yo por casualidad, y se lo di a mi marido”

 

Oí el grito de mi esposo

“Puta traidora” mientras sentía como envainaba su espada dentro de mí.

“Llévenme junto a mi señora, llévenme a su lado”

 

CANTANDO

Al pie del sicomoro llora la pobrecilla;

cantad hoy verde sauce

Con la mano en el pecho y la mano en la rodilla,

Cantad sauce, mi sauce

El río repetía a su lado sus llantos

Cantad sauce mi sauce…

MUERE

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