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Monólogo del Duque

Autora: Monica Hoth von der Meden

Era tarde en la noche cuando estábamos reunidos en la sala del Consejo para urgir la defensa de la isla de Chipre, que amenazaban invadir los otomanos, cuando llegaron Brabancio, el senador y Otelo, mi capitán.

 

Los recibí como se merecían, a Otelo, apremiándolo para que saliera a combatir a nuestro común enemigo el otomano y a Brabancio solicitándole su buen consejo

Pero a Brabancio le importaba un comino en ese momento la suerte de la isla, y más bien quería nuestro consejo, pues había descubierto que su hija, la tierna niña que yo había conocido de su mano, la tímida joven que rechazaba a ricos y apuestos pretendientes, la delicada, la de la bella voz, la de las manos hábiles; la más perfecta Desdémona había sido seducida y pervertida.

Sea quien lo haya hecho, le dije, merece que se le aplique todo el peso de la ley, aunque se trate de alguno de nuestros hijos.

Gracias, no esperaba menos. Se trata de él, dijo y señaló a Otelo, el de los labios gordos, el moreno en quien yo pensaba confiar la defensa de Chipre.

¡¿Otelo?! ¿Cómo te defiendes de este agravio? Di algo.

Nada, no puede decir nada, porque es verdad.

Espera Brabacio, déjalo que hable.

Poderosos señores, es por demás cierto que me he llevado a la hija de este anciano.

Y me he casado con ella.

Ese es mi crimen.

Y poco favor voy a hacerme al tratar de defenderme pues sé que mis palabras son rudas y poco bendecidas con el lenguaje de la paz, ya que desde los 6 años, hasta hace 9 lunas, no he hecho más que usar la fuerza y los bríos de mis brazos en batallas y contiendas y poco sé de este otro vasto Universo, pero si me lo permiten, les habré de las drogas, los  encantos, los conjuros y mágicos poderes, porque de eso se me acusa, de que eché mano para seducir a su hija.

Era una niña, de alma tan cándida y modesta que por nada se sonrojaba. ¿Qué desesperación podía haber en su alma para que de ti se enamorara? Si hasta miedo le daba verte, porque más que deleite, inspiras terror. No. La perfección no puede errar contra todas las leyes de la naturaleza. Brujería, mantengo que eso hiciste para robármela.

Amigo, mantenerlo no es probarlo, se necesitan testimonios más precisos, le dije   entonces, para detener esa ofensiva perorata discriminativa contra mi capitán.

Habla Otelo, ¿la emponzoñaste?, urgieron entonces desordenados los senadores .

Llamen a Desdémona para que sea ella quien se explique frente a su padre,  y mientras llega, con la misma sinceridad con la que puedo hablarles de los vicios de mi sangre, les contaré cómo conquisté su amor y ella el mío.

Así dijo, los vicios de mi sangre. En qué concepto se tendría entonces este hombre, me pregunto ahora o nosotros lo colocamos ahí y él solo daba acuse de recibido.

 

Su padre, me invitaba a menudo a su casa para que le contara la historia de mi vida, quería saberlo todo, las batallas, los asedios y las suertes todas que he conocido. Yo le contaba mi historia entera, desde que era niño, año por año, sin omitir nada: los lastimosos accidentes sufridos por mar y tierra, de cómo varias veces, me había salvado por un pelo de morir, de cómo fui hecho prisionero y vendido como esclavo, de cómo logré mi rescate, y de mis viajes por el vasto mundo. De los desiertos estériles, de los altos peñascos y las montañas cuyas cimas tocan el cielo, de las canteras salvajes, los bosques tenebrosos. De las cuevas donde viven los caníbales, que se comen los unos a los otros, de la isla de los lotófagos, que viven felices comiendo flores que los hacen reír sin parar, de los hombres que llevan su cabeza debajo del hombro y viven asustados y de tantas cosas asombrosas que he visto.  Desdémona escuchaba atenta mis historias pero las ocupaciones de la casa la obligaban a levantarse cada rato, y a veces perdía el hilo de la narración y yo me daba cuenta que eso la frustraba.  Así que elegí un día y una hora oportuna para hablar con ella y hallé el modo de arrancarle la súplica de hacerle por entero el relato de mis viajes. Accedí y a veces lograba robarle algunas lágrimas cuando le hablaba de los dolorosos golpes que habían herido mi juventud. Acabado mi cuento me dijo con un extraño brillo en los ojos, que ella, de haberla hecho el cielo hombre, habría querido ser un hombre así y que si algún día yo tuviera un amigo que la amara, le enseñase a contar mi historia, que con ello bastaría para que ella se casase con él.

Ella me amó por los peligros que había corrido y yo la amé por la piedad que mostró por ellos. Esa fue la brujería que emplee.

 

Entraba en ese momento Desdémona cuando yo pensé qué bueno que mi hija no escuchó los relatos de Otelo, porque sino seguro que ya sería mi yerno y solo alcancé a decirle a Brabancio, toma la ofensa por donde menos duele amigo, que vale más pelear con una espada rota que con las manos desnudas, pero él me rogó que la escuchásemos, y si ella confesaba  que lo ama libremente, por Dios que no levantaría más quejas sobre el moro. Entonces le preguntó abiertamente: Hija, ¿a quién, entre toda esta noble gente, debes más obediencia?

Estoy obligada a ti por la vida que me diste padre, pero le debo la misma obediencia que mi madre te mostró a ti, a Otelo mi esposo.

Que Dios me valga, no tengo más que decir. Si os place, Alteza, mejor hablemos de cosas del estado y tú moro, de todo corazón te doy lo que de todo corazón te negaría, si no lo tuvieras ya. Y gracias a ti, mi pequeña alhaja, me siento feliz de no tener más hijos, pues tu fuga me enseñaría a ser un tirano con ellos, pero ya, he acabado. Hablemos de otros asuntos.

Vamos amigo, le dije, con el mejor ánimo, bendice a los enamorados, y sonríe, que el hombre robado que sonríe, roba alguna cosa al ladrón.

A lo que contestó, entonces que los otomanos roben nuestra isla, y nosotros a sonreír. No Alteza, las palabras son palabras y nunca van a sanar un pecho herido. Por lo que les pido humildemente que pasemos a los negocios de Estado.

Estuve de acuerdo, los tiempos apremiaban. Otelo, dije, siento ensombrecer tu nueva fortuna, pero es necesario que partas inmediatamente a Chipre. A lo que estuvo de acuerdo, pero antes quería dejar a Desdémona en algún lugar donde estuviera cómoda.  Su padre se opuso a que volviera a su casa y ni Otelo ni ella lo hubieran consentido y fue Desdémona la que solicitó ir con él y someter su corazón a las condiciones mismas de la profesión militar de su esposo, a lo que yo no tuve inconveniente, solo urgí que partiera esa misma noche y ya mañana le mandaría las ordenanzas y demás títulos.

El moro decidió dejar a Yago, su “honrado” alférez, a cargo de recoger los documentos y trasladar con bien al la bella Desdémona a Chipre.

Pero antes de retirarnos alcancé a oí todavía a Brabancio, que le decía, a manera de consejo a Otelo: Vigílala, burló a su padre, bien puede engañarte a ti también…

Esa fue la última vez que los vi, y ahora llegan a mí atroces noticias de lo recién sucedido en la isla….

Cómo pudo un hombre tan feo enamorar a tan graciosa criatura, sino es con hechizos, aseguraba su Brabacio, su  padre, pero no, que no se si mi alma tenga la suficiente capacidad para entender

los pliegues y dobleces del alma humana.

¿Por qué mata un hombre a una mujer?

y tantas las incertidumbres me que asaltan, que no sé si algún día alcance a comprender

 

¿Cómo los resortes, esos que son tan íntimos, que a veces ni siquiera los queremos reconocer en nuestra propia alma resortes que mueven a los hombres para hacer el mal

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 Conejo Blanco SMA

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